La Tirana
y su leyenda
La Leyenda de La Tirana y de su milagrosa Virgen comenzó a gestarse en
los albores de 1535 cuando Diego de Almagro salió del Cuzco y a la Conquista de
Chile. Lo acompañaban quinientos cincuenta españoles y alrededor de diez mil
indios peruanos.
Iban también dos hombres importantes: Paulino Tupac, príncipe de la
familia de los Incas y Huillac Huma, último Sumo Sacerdote del extinguido culto
al Dios Sol.
Ambos eran tratados en forma deferente por los españoles y estaban
destinados a pagar con la vida si se producía conato de rebelión entre los
indios que formaban parte de la expedición.
Vinieron también secretamente, muy camuflados en las filas, un cierto
número de “Wilkas” o capitanes experimentados de los antiguos ejércitos
imperiales Incas y un grupo de sacerdotes, quienes bajo su aparente humildad y
sumisión esperaban sólo el momento oportuno para vengarse.
El sumo sacerdote y su hija
Acompañaba en la expedición a Huillac Huma su hija, la “ÑUSTA”, que
nacida años antes, tenía un sus venas sangre de los Incas soberanos de
Tahuantisuyu, que aún sufrían el vejamen que les impuso el débil y confiado
Atahualpa. Al rendirse, Paullo Tupac nunca pensó acompañar hasta el fin la
expedición; es así como Huillac Huma, desprendiéndose sigilosamente del
Ejército Español, encontró la ocasión que tanto esperaba . A la altura de lo
que era Atacama la Grande, más tarde Calama, huyó a la provincia de Charcas.
Sus planes eran fomentar la rebelión que promoviera en el Cuzco el Inca Manco.
El grupo de Incas que se quedó con la “Ñusta” Huillac, también pensaba
en huir con su princesa.
Huye Huillac Huma
Al alcanzar la hueste desertora la cálida región de Pica, huyó esta vez
la “Ñusta Huillac”, seguida de un centenar de Wilkas y adictos servidores. Se
refugiaron en un bosque de tamarugos y acacias silvestres, que por entonces
cubrían en su mayor extensión lo que ahora llamamos Pampa del Tamarugal. Lo que
queda aún en nuestros días, muchos lugares de salvaje belleza, en las
inmediaciones del pueblo de Tarapacá y en los alrededores de los caseríos de
Canchona y La Tirana. Por eso apodaron con el nombre indígena “Tarapacá” esa
región, porque en lengua incaica significa escondite o bien de boscaje
impenetrable.
La Ñusta y su reinado
Y así fue como durante cuatro años la “Ñusta Huillac”, rodeada de sus
fieles y valientes “Wilcas”, fue la reina y señora de esos lugares. Con
inteligencia organizó sus huestes, las distribuyó y convirtió esos bosques de
tamarugos en un baluarte inexpugnable, regido por la férrea mano de la bella
princesa incaica, que pasó a llamarse “La Tirana del Tamarugal”
La princesa y su fama
La “Ñusta” regía su territorio con puño de hierro. Sus hazañas gestadas
en su ardiente dedicación a la causa de su nación, traspasó muy pronto los
límites de su comarca y su fama comenzó a extenderse por todo el norte. Las
tribus vecinas y las muy remotas vieron en la bella princesa la capitana
viviente y gallarda de sus ideales y la apoyaron en su airada protesta contra
la dominación extranjera.
De todos los rincones del territorio de Tanhuntisuyu acudieron a
rendirle pleitesía y a jurarle lealtad; nutridas huestes de hombres de corazón
bien puesto y dispuestos a luchar y sucumbir al lado de la animosa “Ñusta” por
el suelo natal y su fe.
La selva primitiva y bravía del Tamarugal fue durante cuatro años el
extremo reducto de una raza y de un culto que estaba proscrito y, sin embargo,
cada día ganaba más fieles, porque los indígenas renegaban del cristianismo.
Rodeado de peligros y asechanzas ese puñado de indios peruanos valerosos
e indómitos que dirigía la “Ñusta” se vio obligado por el rigor de las
circunstancias a hacer frente a sus enemigos y a vivir una guerra sin cuartel
que tenía una regla invariable: dar muerte a todo español o indio bautizado que
cayese en su poder. Y así era la costumbre hasta que La Tirana sucumbió ante el
amor.
La pasión de La Tirana
“La Ñusta Huillac”, temida por sus enemigos y conocida en treinta leguas
a la redonda como la bella “Tirana del Tamarugal”, no pudo cumplir lo que había
predicado: un día sus huestes atacaron en las inmediaciones de las selvas a un
grupo enemigo y capturaron algunos prisioneros. Así fue como llevaron a su
presencia un apuesto extranjero: cuando lo interrogó, muy altivo dijo llamarse
don Vasco de Almeida y pertenecer a un grupo de mineros portugueses
establecidos en Huantajaya, añadiendo que se había internado en la comarca en
busca de la “Mina del Sol”., cuya existencia le había revelado un cacique
amigo.
Mirarlo y enamorarse fue una sola cosa. El corazón de la “Ñusta” tan
implacable comenzó a latir más a prisa. El amor llegó y la “Ñusta” no pudo
contenerse. Pero lamentablemente, reunidos los “Wilkas” y los ancianos de la
tribu, acordaron que se aplicase la pena de muerte al prisionero.
Su corazón, que no había conocido vacilación y que hasta ese instante
estaba embargado de odio y de venganza, se estremeció de pena al escuchar la
cruel sentencia.
Un sentimiento de amor y compasión brotó de ella y comenzó a pensar como
romper la tradición de odio y librarlo de la muerte.
Una sola mirada del apuesto prisionero bastó para hacerla quebrantar sus
principios y todas las leyes se derrumbaran. La juventud, el porte distinguido,
el estoico desdén de la muerte que demostró el noble y gallardo prisionero,
aumentaron su amor y le indujeron a amar con desesperación a ese hombre, cuya
vida estaba en sus manos como sacerdotisa y reina de su pueblo.
La Nusta salva al prisionero
Después de pensar la noche entera, la “Ñusta” encontró una fórmula para
salvar a su cariño. Un ardid para prolongar la vida del hombre amado.
En su carácter de sacerdotisa fingió consultar los astros del cielo e
interrogar a los ídolos, tutelares de la tribu. Después de meditar, reunió a su
tribu y dijo que la ejecución del prisionero debía retardarse hasta el término
del cuarto plenilunio, que así los ídolos le habían respondido.
Los cuatro meses siguientes fueron de descanso para los guerreros del
Tamarugal. La “Ñusta” Huillac no repitió durante ese período las correrías
asoladoras que eran el espanto de los colonos de Pica y Huantajaya. Ella tenía
otro objetivo: quería vivir su pasión y eso le dio al prisionero dos “lunas más
de vida”,
Las miradas de la “Ñusta” y Vasco de Almeida fueron cuajando en una amor
una pasión incontenible; nada podía detener la pasión de la sacerdotisa
incaica, que empezó a mirar la vida con los ojos del portugués.
La conversión de la sacerdotisa
Los diálogos bajo los tamarugos se prolongaban de sol a sol. Mirando a
los ojos al portugués, la “Ñusta” preguntó: “Y de ser cristiana y morir como
tal ¿renaceré en la vida del más allá y mi alma vivirá unida a la tuya por
siempre jamás? ...”
- “Así es, amada mía”- contestó el portugués.
- “Estás seguro de ello, ¿verdaderamente seguro?, inquirió la “Ñusta”.
- “Me mandan creerlo mi religión y mi Dios, que es la fuente de toda
verdad”.
En un rapto impetuoso la “Ñusta” pronunció las palabras que serían su
perdición.
- “Entonces bautízame, quiero ser cristiana; quiero ser tuya en ésta y
en la otra vida” ...
El bautizo de La Tirana
La “Ñusta” comenzó a vivir sólo para su pasión. Entregada al deleite del
amor, la sacerdotisa descuidó las prácticas del rito incaico al Dios Sol.
Su embeleso de mujer amada impedíanle ver el ceño adusto de sus
“Wilkas”, ni el hosco ademán de los sacerdotes, ni la reserva glacial de sus
súbditos, cuando la veían en sus devaneos amorosos con el extranjero.
Altiva y serena, actuando bajo los impulsos de una firma resolución, se
dirigió un día a la fuente que había en una de los claros del bosque. Vinieron
los besos, los juramentos y el “NUNCA NADIE nos separe”. En el paroxismo de su
pasión, la “Ñusta”le dijo:
“Llévame a tu Dios que nos permitirá estar eternamente unidos”. Diego de
Almeida le contestó: “tienes que bautizarte”, la “Ñusta” hincó la rodilla en el
césped –cruzó sus brazos sobre el seno en actitud de humilde e inefable espera
y pidió ser bautizada -.
Almeida cogió agua vertiéndola sobre la cabeza de la amada neófita
pronunció las palabras sacramentales:
“Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espí ...”
No pudo terminar la frase, porque los “Wilcas” que los vigilaban y que
no aceptaban esa pasión, no pudieron resistir esa traición de sus principios y
en airada reacción dispararon una nube de flechas sobre ellos.
Ambos cayeron abatidos como tronchados por el huracán.
“Ñusta Huillac”, herida de muerte, sobreponiéndose a sus intolerables
dolores, llamó a su alrededor a los Wilkas, a los sacerdotes y al pueblo y con
voz entrecortada les dijo:
-“Muero contenta, muero feliz, segura como estoy, como creyente en Jesucristo,
de que mi alma inmortal ascenderá a la Gloria y llegaré al trono de Dios, junto
al cual estará mi amado, con quien estaré toda una eternidad. Sólo les pido que
después de mi muerte, coloquen una cruz en mi sepultura, que estará al lado de
la de mi amado”.
Indicio en el cielo
Corrían los años de 1540 a 1550 cuando fray Antonio Rondon, de la real
orden mercedaria, evangelizador de Tarapacá y Pica, llegó al Tamarugal para
levantar en todas partes el estandarte de Cristo.
Un día vio un arco iris y siguió su comienzo hasta un bosque de
tamarugos. Ahí, con infinita sorpresa, encontró una cruz cristiana en uno de
los claros de este bosque.
El santo varón vio en ello una especie de indicio del cielo, una llamada
de recuerdo a la Princesa Tirana del Tamarugal. Por eso edificó una Ermita, que
con el correr del tiempo, se convirtió en Iglesia que colocó bajo advocación de
Nuestra Señora del Carmen de La Tirana, pensando en el escapulario Carmelita
que llevaba Vasco de Almeida.
Dicha iglesia se convirtió desde los primeros años de su consagración en
asidua romería de los naturales de los pueblos y sierras inmediatas, en cuyas
venas corre sangre coya. Fue la que fluía por las venas de la bella, sensible y
desdichada “ÑUSTA HUILLAC”, que le legó su nombre y que con su historia de fe y
amor impulsó el culto a “LA TIRANA”.
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